lunes, 24 de octubre de 2016

Atardece


En casa
las tardes
se suceden
una a otra


Acá
el olor a salitre
y el viento que sacude
el mimbre de las
sombrillas

Antes devoraba
museos
Llegué a Buenos Aires
vi unos azulejos
y dije
esto es art nouveau


Ahora
me dejo hamacar
por las olas
en esta bahía
de amor denso

como si el día 
me abrazara

Apolo


que entre luz
se sentía
como si
algo se abriera
algo que
estuvo mucho tiempo
cerrado,
húmedo,
secreto
y de pronto
se
ilumina

Magnolias

Amapolas que se abren 
en campos de tulipanes
bajo la caricia del sol 
que las ilumina naranja, 
amarillo, jaspeado,
y el río de púrpuras peces
que laten al ritmo 
del corazón del cardumen

Perfume de una magnolia
en el desierto del Sahara 
donde se dibuja la sombra 
del Berber y su camello

Estrellas que nadan 
en jaleas de terciopelo
Piedras que sostienen la pirámide 
donde se alternan soles y la piel blanca 
del hombre que toma sol desnudo

Bicicletas de goce continuo
caireles que abren los labios
de una orquídea eterna
Tierra mojada en la tormenta 
por un cielo que se desangra
El ala de un cisne
sombras nocturnas de las nubes 
que se recortan sobre el lomo escamado del lago

La flor del naranjo que corona la copa del árbol
donde vive una paloma blanca de ojos negros
que canta su amor del mundo

Blanca y Luis



Un día Luis
me hizo ver
mis películas favoritas
por primera vez.


Un día Blanca
me contó una historia
de danza,
en el techo del Quinquela Martín.


No quería bailar.
El vestido blanco, y hacía frío.

Los pies, el piso,
cada músculo.


La luna
(llena esa noche)
Los rayos
(plateados).


La inundaron.


La bella autómata
se dejó llevar
y bailó,
como sólo bailan
las hijas de la luna.

Nacimiento

Ella nació
del amor
de dos hijas de Neptuno

Sólo las Nereidas
pueden dar nacimiento
a un ser
tan masculino

tan

femenino

Johanna es guerrera y
es océano

En ella
me bautizo y
me encuentro

Hermanas
de agua y fuego.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

A Johnny



A Johnny lo conocí la primera vez que fui al Cotolengo Zanocchi, cuando todavía quedaba en Victoria. Íbamos a verlos con Jime, Lucas y Belén. Belén trabajaba ahí y nosotros éramos voluntarios. Yo estaba a cargo del taller de relajación. Jime se ocupaba del taller de feminidad. Antes de mi último viaje tuve la necesidad de cerrar uno de mis pendientes más insistentes. De esos que no te largan por años. Volver a ver a los chicos y llevarles una parte de las toallas y las tazas que mi tía María Carmen hizo a mano con mi abuela Mery. En el taller de relajación estaban Hernán, Lidia y varios más. Los considerados más locos estaban conmigo. Con algunos trabajaba desde la música, muchas veces bailaba con ellos, movía sus sillas de rueda al compás, y sacudíamos la cabeza, nos reíamos. Me sanaban. A veces les hacía oler cosas como el eucaliptus. El tipo de discapacidad de los chicos del Zanocchi era severa, de las más severas. Era neuronal, por distintas razones, pero en un grado que atrofiaba mucho el cuerpo. Después cada caso tenía sus bemoles. Lidia, por ejemplo, además de todo tiene enanismo y es ciega. Ella estaba un poco al margen (adentro del margen del margen). Muy postergada. Conmigo comía. Llevaba tiempo y las dos terminábamos bañadas en puré, pero comía. A veces había que atarle las manos. Ella se entregaba a los masajes. Esa parte le gustaba. Yo iba uno por uno con cada pie del el grupo. Usaba el Shiatsu que Eiji Mino le enseñó a mi mamá. Johnny estaba en el taller con Lucas. Hacían música. Se divertían. La actividad era una excusa. Hacíamos lo que se podía, o lo más importante. Una vez llevamos a los chicos a Salta. Se nos puso en la cabeza que los pibes podían viajar, conocer, disfrutar, llegar al cerro. Lucas que es grandote como un ropero lo cargaba a Johnny para ir al cerro. Después de ese primer viaje llegué a casa rezando un rosario blanco de plástico mugriento, como un mantra. No es fácil viajar con los chicos, la medicación, los pañales, las duchas, llevarlos, subirlos, trasladarlos. Mi hermana vino en uno de los viajes. Creo que sin ella las chicas del Cotolengo de Avellaneda hubieran vuelto hasta capital con el asiento sin reclinar. Cande las tapó una por una y apagó las luces del pasillo. ¿Somos comunidad o no? Te preguntan con su presencia, con su corporalidad. Me acuerdo de buscar a Johnny para tener un momento solos. El era muy chico cuando lo conocí. Venía de la calle. Su hermana lo llevaba en un cochecito. Pedían monedas en el Mitre. Por la discapacidad neuronal toda su columna estaba rotada, todos sus órganos internos rotados, sus piernas atrofiadas, le costaba tragar, pero entendía todo y te respondía con la mirada. Se reía mucho. Mucho. Y no podías no reírte con él. A veces pasaba enseguida al llanto. A veces lo consolabas, a veces lo gastabas “dale bebote” y se reía. Cuando bajé la escalera del colectivo para verlo no había nadie con él. Le había llevado una guitarra para que toquemos juntos. Lo ayudé a mover una de las cuerdas. Sonó. Se reía. Estuvimos así un rato largo, hasta que empecé a llorar. No sé porqué. Ni por qué con él, pero se me caían todas las lágrimas. No era un llanto aparatoso. Era agua que me inundaba la cara en silencio. Nos mirábamos. Con mucho esfuerzo él levantó uno de los brazos y acercó su mano hasta mi cara. Yo no sabía qué pensaba hacer. Creí que íbamos a jugar a algo. Cuando logró que su mano llegue, la movió como pudo. Me está acariciando, pensé. Tuve el impulso de llamar a alguien, de contarles: Johnny me acarició, pero me quedé inmóvil. Nos quedamos así un rato largo. Lo volvió a hacer como tres veces. Se movía despacio, con mucho esfuerzo. No sé bien ya quien consolaba a quién (o si se trataba de consuelo o de un amor de estar vivos que era una fiesta) Sí me acuerdo que yo casi no podía ver por las cataratas que me bajaban de los ojos. De ese encuentro pasaron muchos años. Fue muy doloroso dejar de verlos, pero se mudaron a Claypole. Mi vida también cambió. Antes de irme (a mí último viaje) quise ir a verlos. Quería ver a Lidia, a Johnny, a todos. Llegué y fue uno de los primeros que vi. Estaba en la silla. Enorme, adolescente, alto. Con la misma sonrisa de mil millones de soles. De vuelta me puse a llorar apenas lo vi. El se reía y lo miraba a mi viejo, que también había venido a saludarlo. Escuchó los mensajes de Belén muy atento. Se reía. Me miraba y se reía. Yo lloraba y me reía con él. Las enfermeras me contaban que estaba yendo al colegio ahí adentro del Cotolengo. Me costó irme. Siempre me costaba. Me fui feliz de haberlos visto, de verlos tan bien cuidados en su casa con las paredes de colores y el jardín gigante. Me fui fuera de mí, que es como suelo irme y llegar. Cuando volví del viaje Belén me avisó que murió Johnny. Me dijo que fue una semana después de mi visita. No dije nada. Dura, como de piedra adentro. Ahí no lloré. No. No. Johnny no. Después dije algo como “nos estaba esperando”

Belén me decía que se le complicó un resfrío. Yo lo había visto tan bien. Yo no sé nada. “En un sentido es un alivio”, dije. “Ellos sufren mucho acá” dijo alguien. No sé. No sé por qué pasan estas cosas. Sí se que Johnny fue y es un ángel en muchas vidas. Un maestro que me gustaría recordar. Porque fue mi amigo. Porque es cada vez única el fin de un mundo. Me gustaría recordarlo así, como en nuestras fotos, para que su sonrisa sea siempre caricia de amor. Sos mi estampita del coraje. Mi san jorge. Muy pronto tocamos la guitarra del otro lado del río griego.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Sounión



Un año después
llegué a cabo Sounión
no era la misma
que había visitado Delfos


Crucé mareas
afectos
profundidades
que me rompen entera
del dolor del otro


Conozco a Poseidón
que en mí siempre es madre
y padre

Habla
de amores 

posibles
de dolores 

reales

y de amor piadoso
infinito
que se derrama
sin control
ni bordes
ni fronteras


De corazones
atravesados por siete puñales
que iluminan la galaxia
de la que maman
niños y animales

y dijo

(mientas el Sol
se hundía en el crepúsculo del mar)
"La divinidad es tuya
no te arrodilles
no esperes consejo
ponete de pie"

Y me levanté
sonriendo
como el Sol
y supe
que era cierto, que nada
jamás

puede derrumbarme.

viernes, 8 de julio de 2016

Oráculo

Sobre esta piedra
habló la pitonisa
en culto a Gaia
antes del antes
Cultos, femeninos,
circulares, paganos

Luego vino el templo

Pericles,
gran reconstructor
de glorias pasadas

El culto ya no es femenino,
sino a Apolo
Ya no hay
una roca
cubierta de Hiedra
donde habla una mujer

Ya no hay
agricultura
sino batallas 

y botines de guerra
Apolo es el gauchito Gil
de los reyes griegos

En el camino
que sube hasta al templo
las capillas
desbordan lanzas y escudos
de enemigos vencidos

Abajo
en el río
se bañan los jóvenes
que traen preguntas
al oráculo

En el templo
una gruta
en el suelo
donde tenían
a las vírgenes
a las sin voz
a las que destruían enemigos
y no podían
decidir sobre su cuerpo

En el friso
el conócete a ti mismo

Me senté bajo un ciprés
sobre el templo
Desde ahí veía la nave
la gran escultura de Apolo

También veía
la gruta

ahí
donde subían los vapores
y ellas
entraban en trance

Me di cuenta que era hora
que tenía que formular mi pregunta
Antes que tomara forma
se me impuso una palabra
irrefutable:

amor

Lo tomé como una respuesta.